El
día que la HBO anunció que cancelaba Bored to Death dejé de
sonreír. Me dieron ganas de coger plantarme en las oficinas de la
cadena y gritarle cuatro cosas a los responsables de semejante
decisión. Más tarde, ya por la noche, me calmé y me di cuenta de
que era algo que no debería haberme cogido por sorpresa. Bored to
Death era una serie con poca audiencia, para sibaritas y amantes de
lo excéntrico, una propuesta con un público muy reducido que
tampoco es que levantase pasiones ni se llevase a los críticos de la
mano. Lo cierto es que ha tenido tres temporadas, a cada cual mejor,
y aunque nos ha dejado con un cliffhanger, la historia de estos tres
amigos de Brooklyn, que le den a Manhattan, puede considerarse
cerrada.
Tres
temporadas, 24 capítulos, tres protagonistas, multitud de momentos
surrealistas, mucha marihuana y vino blanco. El humor de la serie no
es para todo el mundo, es un humor absurdo nacido de la extravagancia
de lo cotidiano y de las complejas y maravillosas personalidades
complementarias de George, Jonathan y Ray. Lo cierto es que la
química entre Ted Danson, Zach Galifianakis y Jason Schwartzman es
enorme y Bored to Death no sería lo mismo sin ellos porque tanto por
separado como en grupo logran despertar la complicidad y la
imaginación del espectador, deseando que sus aventuras y
conversaciones nunca tengan fin.
Desde
el principio caí rendida ante el encanto noir, infantil y
pretendidamente insustancial de Bored to Death; la serie parecía no
tener rumbo ni trama ni fin en si misma pero había algo allí
dentro, solo había que darle tiempo; y pasados unos cuantos
capítulos descubrí una radiografía perfectamente perfilada de la
amistad, un vistazo a las angustias existenciales de tres hombres en
diferentes momentos de su vida, un estudio sobre el miedo a la
soledad, sobre la alegría de vivir, sobre la vejez, el amor, el
tedio, Brooklyn, una entrada a los sueños y fantasías de tres
amigos que nunca se dan por vencidos.
Este
tercer año la serie se volvió más madura, más auténtica sin
perder un ápice de comicidad ni de frescura. Es verdad que el hecho
de crear un misterio para toda la temporada mejoró muchísimo el
ritmo de Bored to Death e hizo que Jonathan tuviese, por primera vez
en mucho tiempo, un objetivo a largo plazo. El doble capítulo del
inicio y el doble episodio final ayudan a resolver el misterio de
Jonathan pero también abría la puerta a una interesante propuesta
de cara a la cuarta temporada.
Esta
tercera y última temporada ha estado plagado de cameos de lujo y de momentos
inolvidables: Sarah Silverman como la terapeuta de Jonathan y George
que se encarga de sus problemas mientras ellos le masajean los pies;
Mary Steenburgen tocando el ukelele, Olimpia Dukakis seduciendo y
enamorando a Ray y el barbudo dibujante explicando como era hacer el
amor con una mujer mayor, el trío gay disfrazado, el Quijote
corriendo por las calles de la Gran Manzana, Jonathan colgando de un
reloj, la resolutiva presencia de Isla Fisher, el ataque de los
Super-Ray en el campo de beisball... y todo esto y mucho más en ocho
capítulos de veinte y algo minutos.
Lo
mejor de la serie son sus tres protagonistas, Ray y su relación con
Leah, su cómic con superpolla incluida, su infantilismo selectivo, su
gusto por las mujeres mayores, su relación con su hijo y todas las
pequeñas idiosincrasias que lo convierten en uno de los mejores
personajes de la pequeña pantalla.
Jonathan
por su parte sigue siendo dependiente, romántico, torpe y
encantador. Se mete en líos casi sin pretenderlo y siempre, con la
ayuda de sus amigos, consigue salir airoso y sin un rasguño. A lo
largo de estas tres temporadas ha sido secuestrado varias veces,
teniendo que acudir en su rescate sus dos grandes amigos. Además me
encanta su relación paterno-filial con George y como ambos se
complementan a la perfección, incluso cuando se pelean.
Y
por último, pero no menos importante, está George, y aquí hay que
quitarse el sombrero ante Ted Danson porque compone a un dandy
intelectual que se ha pasado con la maría pero que sigue siendo un
hombre encantador, educado y elegante que a sus sesenta años cuenta
con una vida sexual de lo más activa. George actúa, conscientemente
y encantado, como padre tanto para Jonathan (más marcado) como para
Ray; su edad y su experiencia vital lo colocan en esa posición pero
también es infantil, alocado e irresponsable cuando toca y su
momento quijotesco ha sido lo más grande que he visto en meses.
Voy
a echar mucho de menos a estos tres amigos y a toda la caterva de
personajes surrealistas que han pasado por Bored to Death. Voy a
añorar sus absurdos, sus disertaciones sobre la vida, el universo y
todo lo demás, su ritmo, su intro … maldita seas HBO.
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