Sometimes it feels good to feel feelings, Kimmy.
En su segunda temporada, Unbreakable Kimmy Schmidt ha logrado encontrar el equilibrio entre la comedia y el drama, combinando ambos géneros con acierto y permitiendo a los personajes secundarios hacerse un hueco en una serie que durante su primera temporada estuvo demasiado centrado en Kimmy. Aunque Elli Kemper sigue siendo el eje central de la serie y el pegamento que mantiene unido el conjunto, el resto de personajes han tenido oportunidad de crecer y evolucionar durante estos trece capítulos.
La primera temporada desbordaba optimismo y vitalidad, la que Kimmy tenía recién salida del búnker. Tras encontrar su lugar en el mundo, un trabajo, amigos y aprender a usar un teléfono móvil; esta temporada Kimmy tiene que hacer algo mucho más complicado: librarse de las ataduras emocionales y mentales que aún la mantienen dentro del búnker. Nuestra pelirroja nunca llegó a abandonar del todo el búnker y las barreras emocionales que levantó para sobrellevar esa experiencia siguen en pie (ese happy place al que acude cuando se enoja), esas barreras evitaron que llorase durante el cautiverio pero ahora, en el mundo exterior, ya no son necesarias. A esa incapacidad para lidiar con las propias emociones hay que añadir un trastorno de estrés pos-traumático de manual que le impide intimar con hombres, que le provoca eructos y pérdida del control. Desde que escapó de su cautiverio Kimmy no ha dejado de sentirse triste o asustada en lo más profundo de su ser y su viaje emocional pasa, necesariamente, por aprender a lidiar con todas esas emociones reprimidas. Para lograr un cierto equilibrio, para sentirnos bien y a gusto en nuestra propia piel, tenemos que aprender a reconocer nuestras emociones, incluso aquellas que duelen, que nos debilitan, que nos entristecen, que nos agitan, que nos enfadan... convivir con ellas, aceptarlas, nos convierte en adultos y en personas más sanas.
La recta final de la temporada se centra en el trastorno de estrés pos-traumático de Kimmy y en cómo la joven se enfrenta a sus miedos (el búnker, el reverendo), descubre su ira (focalizada en su madre) y aprende a perdonar y perdonarse para aprender a vivir plenamente. El tema de la madre ya se había tratado, de refilón, en la primera temporada, así que ya era hora de que madre e hija se reencontraran. Lisa Kudrow se pone en la piel de Lori-Ann Schmidt, la madre ausente y despreocupada a la que Kimmy culpa de su secuestro. Kudrow es perfecta para interpretar al personaje, su naturalidad, humanidad y ese punto de locura nos acercan a Lori-Ann, una mujer excéntrica que no es capaz de ser, si es que alguna vez pudo, la madre que Kimmy necesita.
La escena en la que nuestra tenaz pelirroja es capaz de atarse los cordones de sus zapatillas es la culminación de un proceso que la lleva a cerrar esa etapa de su vida y poder empezar otra sin la carga de “la mujer topo”.
Los secundarios ganan tiempo
La serie mantiene su consistencia en la segunda temporada, rebosa ingenio y humor, sigue siendo mordaz y absurda y, como regalo, hay más canciones que el año pasado pero lo mejor de esta segunda temporada es comprobar que los personajes crecen y que sus relaciones se vuelven más complejas y sofisticadas. Esto es posible gracias a que la duración de los capítulos es mayor esta temporada. Recordemos que la primera temporada fue desarrollada para la NBC como una comedia, por lo tanto aquellos trece capítulos mantenían el ritmo y los tempos de edición de una network. Sin embargo, la segunda temporada fue desarrollada para Netflix, así que no tiene en cuenta esos tempos y los capítulos se han alargado hasta casi los 30 minutos de duración. Ese tiempo extra se ha dejado sentir en el desarrollo de la historia, por esto Titus, Jacqueline y Lillian tienen más peso en el resultado final y por eso los guionistas han podido tratar mejor sus tramas.
Este año Jacqueline se ha convertido en una mejor persona, capaz de anteponer las necesidades de otros a las suyas propias y de luchar por causas que cree justas. Su desarrollo ha sido uno de los más orgánicos y coherentes de la temporada, redimiéndola de su imagen de frívola mujer trofeo de la primera temporada. Jacqueline ha ganado entidad, es más que la caricatura de una clase social, ahora es una persona real que ha encontrado el amor y que tiene un objetivo.
Gracias a ella, la serie introdujo en el reparto a Anna Camp. La Camp interpreta a Deirdre, una joven rica que se mueve en los mismos círculos que Jacqueline solía frecuentar antes de su divorcio y que se convierte en la némesis de la señora White. Anna Camp está fantástica en la piel de una aburrida reina de la alta sociedad que necesita un reto a la altura de su intelecto para entretenerse y que por eso pasa el tiempo urdiendo planes para superar y humillar a Jacqueline. Las escenas entre Krakowski y Camp son divertidas y ambas actrices están fantásticas intercambiando one liners y manteniendo una extraña y sugerente tensión sexual no resuelta.
Titus ha seguido siendo esa persona egoísta, superficial y atolondrada pero ha tenido tiempo y ganas de crecer y mejorar. Su relación con Mike ha sido muy dulce y divertida, enfocada más allá del choque de personalidades. Y es que Titus tiene muchas capas, bajo su fabulosa ropa y estupenda voz hay una persona con miedo al fracaso y al abandono pero también alguien con sueños y que, por primera vez en mucho tiempo, se va a atrever a llevar a cabo acciones para convertir esos sueños en realidad.
Por otra parte reconozco que los esfuerzos de Lillian, siempre genial Carol Kane, contra la gentrificación de su barrio son conmovedores y que la energía y rabia que destila esta mujer son insuperables. No obstante, más allá de sus accesos de ira, su entusiasmo por la autenticidad de su hogar y sus extrañas relaciones amorosas, el personaje ha quedado un poco descolgado aunque sale mejor parado que la temporada pasada.
Espero que la tercera temporada siga explorando los traumas de Kimmy y que traiga de vuelta a Lisa Kudrow. Mientras espero me quedo escuchando la canción de la serie.
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