He tardado una semana en visionar My Mad Fat Diary, serie británica que el pasado 6 de julio se despidió tras tres temporadas y 16 episodios dejando a sus seguidores con lágrimas en los ojos y una sonrisa en los labios. Me alegro de haber comenzado la serie justo un día después de su final, eso me permitió devorar los capítulos y disfrutar sin restricciones de la historia de Rae Earl, fantástica Sharon Rooney, una joven de 16 años que sale del hospital psiquiátrico tras cuatro meses internada. Rae es una chica con muchos problemas, con muchas virtudes y con una gran fuerza interior; es inteligente, divertida, egoísta, infantil, solitaria, inconformista y gorda, muy gorda. Sus problemas mentales, estrechamente relacionados con su desprecio por su imagen corporal y la ausencia de una figura paterna, son una constante a lo largo de la serie. Los espectadores asistimos al proceso de curación y aceptación de Rae, la seguimos en sus sesiones con su terapeuta Kester (Ian Hart), descubrimos su malsana relación con la comida, la acompañamos en sus primeros pasos en el mundo real y conoceremos a su nuevo grupo de amigos (the gang) formado por la bella Chloe, la inocente Izzy, el alocado Chop, el silencioso Finn y el intelectual Archie.
El diario del título hace referencia al que Rae empieza a escribir por consejo de Kester justo después de su regreso a casa. La serie usa este recurso para mostrarnos las constantes batallas a las que se enfrenta la protagonista. La historia, siempre contada desde el punto de vista y la experiencia de Rae, es una oda a esa etapa tan angustiosa como electrizante que es la adolescencia. Una adolescencia que, en este caso, se desarrolla en 1996 en Inglaterra, así que la banda sonora vital de Rae y su gang está sazonada con canciones de Radiohead, Oasis, Blur, britpop.
La serie auna drama y comedia de manera satisfactoria y elegante, navegando sin concesiones entre los dos géneros sin caer nunca en lo obvio ni en lo fácil. En el apartado visual, los efectos animados, las letras sobreimpresas, los flashbacks y las fantasías, que se usan con profusión a lo largo de los 16 capítulos de My Mad Fat Diary, son todo un acierto y actúan de manera efectiva a la hora de realzar los distintos estados emotivos, físicos y mentales de Rae. Otro punto a favor es el tratamiento que se hace de los problemas mentales, la serie se enfrenta a esta realidad de cara, de manera honesta, sin caer en manidos clichés ni en histerismos dramáticos. El caso de Tix, por ejemplo, es un mazazo para el espectador que ve como una joven sucumbe ante la anorexia sin que nadie, ni familia ni amigos ni médicos, puedan hacer nada para salvarla.
Quiero detenerme un momento par alabar a Sharon Rooney, actriz escocesa de físico rotundo, que compone de manera realista y muy divertida a una joven al borde de la quiebra emocional que solo quiere encajar, ser feliz, enamorarse y beber cervezas con sus amigos. Rooney se mueve, respira y habla con naturalidad dentro de las costuras del personaje. Además, tiene la suerte de estar arropada por un reparto fantástico donde casi todos los jóvenes resultan creíbles, es decir, parecen auténticos adolescentes con problemas y vidas reales, mientras que los adultos, capitaneados por los fantásticos Ian Hart y Claire Rushbrook, la madre de Rae, cumplen con sus respectivos personajes y aportan miradas y realidades diferentes al contexto de My Mad Fat Diary.
Rae es una persona con una enfermedad que no solo la afecta a ella. Sus amigos, su madre, su pareja... todos se ven afectados por sus problemas mentales y todos quieren, a su manera, ayudarla. Sin embargo, la lucha de Rae es un camino solitario que recorrerá -sola o acompañada- durante toda su vida. Al final es consciente de que siempre tendrá que mantener a raya la locura, de que siempre tendrá que luchar para no dejarse llevar por el peor de los pensamientos pero ella es mucho más que su enfermedad y tiene toda una vida para ser más que la chica loca, la chica que sufre ataques de pánico, la chica que se atiborra de comida basura. Rae puede ser lo que ella quiere porque gracias a las experiencias acumuladas, al cariño recibido y a la ayuda de Kester, de sus amigos y de su madre ha sido capaz de entender que puede, que debe, seguir hacia adelante.
My Mad Fat Diary ya está en mi Olimpo de series sobre adolescentes junto a My So Called Life y Freaks and Geeks. Sin embargo, el tono de la obra británica me resulta más acorde con la expresión de la adolescencia y su estilo que suma gamberrismo, realismo, brutalidad, sueños y crítica social, la hace estar un peldaño por encima de las otras. Creo que la serie se compromete con su historia y sus personajes, que ofrece una perspectiva única y auténtica sobre los problemas de los adolescentes y las enfermedades mentales, que se arriesga en cuanto al tono y la forma en la que nos acerca la realidad de Rae. En definitiva, una serie dramática y divertida, honesta, hiriente, realista y cercana que bien podría ser de visionado obligatorio en las escuela y que cuenta con mi absoluta devoción y cariño.
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