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El personaje de Emily Browning estaba llamado a ser un secundario en esta historia y nada parecía presagiar que acabaría teniendo tanta importancia en el desarrollo de la trama. En el primer capítulo sabemos que Laura muere, más tarde sabremos que durante el tiempo que su marido pasó en prisión se dedicó a acostarse con el mejor amigo de ambos y que murieron juntos en un accidente de coche pocos días antes de que Shadow volviese a casa. Durante los ocho capítulos de la primera temporada, Laura gana en complejidad y atractivo. ¿Será su perspectiva desde la periferia lo que la convierte en un personaje tan sugestivo? ¿Será la simpleza de su misión lo que la hace más accesible? Lo cierto es que aunque a muchos no les resulta simpática, nadie puede negarle el hecho de ser lo mejor, con diferencia, de la serie; una chuchería visual que Brian Fuller nos ha colado a base de cuidada estética e imágenes de impacto pero que carece, al menos en su primera temporada, de consistencia argumental y dramática.
Esta muerta está muy viva
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La presentación de esta joven no es agradable, la introducen con crudeza, sin dobleces, ni florituras. Desde el primer momento conocemos su currículo, sabemos lo peor que ha hecho y podemos llegar a comprender por qué lo ha hecho. Y lentamente Laura Moon, un personaje de ética cuestionable y moral ambivalente, te encandila porque en sus errores, su egoísmo, su patetismo, su acciones cuestionables... es donde reside la esencia misma de la humanidad y el espejo en el que te puedes reconocer. American Gods no desea que queramos a Laura, no es su papel en esta función, pero si desea que lleguemos a entenderla porque, en ese momento, cuando la percibamos como un ser humano imperfecto, al igual que nosotros mismos, empezaremos a disfrutar de su viaje tras los pasos de Shadow Moon. Cierto que American Gods tiene fallos y carencias pero hay que reconocerle el mérito de haber construido a una de las mujeres más interesantes de la temporada televisiva.
Sin dudar diría que los dos mejores capítulos de la temporada son los que se centran en Laura. Es más, hasta el propio Neil Gaiman, responsable de la novela en la que se basa esta serie, admitió que su capítulo favorito era el cuarto Git Gone. Gracias a este episodio conocemos mejor a la joven, sabemos de su depresión y de sus extraña afición a los botes de insecticida. Entendemos por qué engañó a su marido, cómo volvió a este mundo y por qué sigue a Shadow por todo el país. Durante el resto de la serie descubrimos que es inteligente, observadora y paciente, que es personaje más complejo y con muchos más matices de lo que parecía en principio. Laura se había pasado toda su vida esperando por algo que la sacase de su apatía y pasividad, ese algo fue su muerte y espoleada por su reciente encuentro con el más allá y el descubrimiento de las divinidades parece tomar por fin las riendas de su propia existencia. Si en vida fue abúlica, en modo zombi, Laura es quien rige su destino.
Siempre es curioso ver como un personaje que se suponía secundario termina por adueñarse de la atención del público. La muerta puede con su marido, con Mr. Wednesday y con los demás dioses (viejos y modernos); y solo Mad Sweenie le hace sombra en cuanto a carisma e interés. Mientras que el viaje de Shadow y Mr. Wednesday por América es demasiado inconexo y sólo merece la pena por las apariciones de otros dioses, en especial de esa Media camaleónica que es Gillian Anderson, la road movie de Laura deja poso en el espectador al conectar emocionalmente con él. Laura – con sus defectos, virtudes y carne putrefacta- es un personaje vibrante que impulsa una narrativa más clásica (el viaje como proceso de autodescubrimiento) pero mucho más efectiva.
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